He alquilado una habitación en un piso de estudiantes precioso, luminoso, cuya zona me gusta bastante -hay cientos de bares de tapeo, una librería enfrente, una tienda de dulces y bollos, ummm, y la puerta de entrada está junto a una coqueta placeta, así mea la perra más cerca- y estoy francamente contenta.
Eso no significa que haya dejado el Home Sweet Home, ahora tengo piso en la Vega, piso en el campo, piso en la playa, y piso en la ciudad. Ya sólo me falta uno en la Sierra y otro en la Luna, aunque me temo que el único de mi pertenencia es éste último.
Medidos los pros y contras de semejante hazaña realizada por ésta que suscribe, decidí que era la mejor opción para afrontar la dichosa agorafobia de la que soy impresa. Y digo impresa, porque alguien me la editó tiempo ha. Y no diré más, ya que como me conozco, al final daré la dire de este blog y acabará enterándose el autor de mis fobias.
Desestimado por el momento lo de coger el coche, el autobús se alarga como un cienpies empecinado en enroscarse más sobre sí, obviando que el tiempo lo conducen los minutos y que éstos no son ajenos a los segundos, y a su vez las calles acampan a sus anchas cada vez más laberínticas y segmentarias de tal modo, que como si se tratase de un caracol, el autobús transita sobre sus propias ruedas las mismas calles varias veces y sin dejar huella, además.
Dadas así las cosas, me he visto en la obligación de vivir en la ciudad -por aquello de no pasar el día girando sobre mi misma en un autobús que se retranquea porque le sale de sus llantas y del mismísimo carburador- y alquilar una habitación en un piso de estudiantes.
El tema pinta bien después de todo.
Os seguiré contando.
¡Hasta otra!
Eso no significa que haya dejado el Home Sweet Home, ahora tengo piso en la Vega, piso en el campo, piso en la playa, y piso en la ciudad. Ya sólo me falta uno en la Sierra y otro en la Luna, aunque me temo que el único de mi pertenencia es éste último.
Medidos los pros y contras de semejante hazaña realizada por ésta que suscribe, decidí que era la mejor opción para afrontar la dichosa agorafobia de la que soy impresa. Y digo impresa, porque alguien me la editó tiempo ha. Y no diré más, ya que como me conozco, al final daré la dire de este blog y acabará enterándose el autor de mis fobias.
Desestimado por el momento lo de coger el coche, el autobús se alarga como un cienpies empecinado en enroscarse más sobre sí, obviando que el tiempo lo conducen los minutos y que éstos no son ajenos a los segundos, y a su vez las calles acampan a sus anchas cada vez más laberínticas y segmentarias de tal modo, que como si se tratase de un caracol, el autobús transita sobre sus propias ruedas las mismas calles varias veces y sin dejar huella, además.
Dadas así las cosas, me he visto en la obligación de vivir en la ciudad -por aquello de no pasar el día girando sobre mi misma en un autobús que se retranquea porque le sale de sus llantas y del mismísimo carburador- y alquilar una habitación en un piso de estudiantes.
El tema pinta bien después de todo.
Os seguiré contando.
¡Hasta otra!
Capitana Beatrice